Fotografía
Vandari M. Mendoza
Universidad Pedagógica Nacional
Primera parte
Hace más de cien años, el 14 de junio de 1900, apareció en la tercera página del diario La Patria, un pequeño recuadro con el siguiente aviso:
“Invento escolar. El profesor de primeras letras, D. Manuel Beltrán, ha inventado una regla decimal para enseñar a los niños la lectura y escritura de las cantidades numéricas, con la que ha practicado durante cinco años con éxito. Últimamente se ha dirigido a la Secretaría de Fomento, para solicitar la patente respectiva que ampare su invención”.
Esta invención, que podría parecer excepcional, simplemente es un ejemplar más de los cientos de inventos escolares que se crearon y patentaron en nuestro país durante los siglos XIX y XX. Tal como lo hizo el profesor Beltrán, más de trecientos personajes, radicados en México, desarrollaron inventos escolares y decidieron patentarlos, con el propósito de transformar las prácticas educativas, introducir nuevos objetos didácticos, renovar el mobiliario o mejorar los útiles escolares en todos los niveles educativos. Una historia que ha permanecido en silencio, encerrada en los archivos, víctima del paso del tiempo y de la condescendencia de los investigadores que han soslayado la importancia de su reconstrucción histórica.
Para colmar de voces, cuerpos y experiencias estos silencios, desde hace varios años se puso en marcha en la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad 161 Morelia, un vasto proyecto de largo aliento titulado: “La invención de tecnología educativa en una época de transición. Evidencias en el sistema mexicano de patentes, 1890-1942”, que busca recopilar, sistematizar y examinar los datos que se hallan resguardados en el fondo de patentes y marcas del Archivo General de la Nación (AGN), para descubrir y divulgar las tendencias, continuidades y rupturas que se suscitaron en el campo de la invención de tecnología escolar en el México porfiriano y posrevolucionario.
En efecto, una cantidad significativa de esas experiencias se encuentra depositada en las galeras del antiguo Palacio de Lecumberri —con excepción de algunos expedientes extraviados— donde coexiste con miles de patentes de otros campos tecnológicos que, en conjunto, poseen una grandiosa cantidad de ideas, saberes, deseos e imaginarios de la más diversa naturaleza. Ahora, después de un año de trabajo de archivo, exhumación de documentos y sistematización de la información, podemos comenzar a re-presentar y re-construir esta historia olvidada.
Un repertorio de inventos
Lo que encontramos al abrir las cajas y legajos del fondo de patentes y marcas del AGN es un amplio repertorio de objetos didácticos, muebles escolares y útiles para facilitar la enseñanza. Luego, al revisar los expedientes, cada una de las invenciones va cobrando vida. En las solicitudes, los inventores suelen declarar con viveza los esfuerzos físicos e intelectuales que efectuaron, las penurias materiales que padecieron y los beneficios que sus creaciones traerían para la educación nacional. En las descripciones, mientras tanto, revelan los secretos de sus artefactos, su configuración técnica y funcionamiento. Algunos lo hacen con explicaciones sencillas y hasta didácticas; otros, con menos dotes divulgativos, emplean un lenguaje oscuro, casi ininteligible. En esos casos, sin embargo, están los dibujos que revelan lo que sus inventores no pudieron expresar con palabras: los saberes tácitos, aquellos que fueron adquiridos con la experiencia y que quedaron incorporados en sus objetos. Aparece, entonces, la fisonomía del invento y sus entrañas mecánicas. Por último, otros documentos diversos nos muestran las cuotas de registro, los dictámenes sobre el cumplimiento de requisitos, las declaraciones de los abogados de patentes o apoderados que facilitaron los trámites y, en algunos casos, las demandas de personas que veían lesionados sus derechos con las propuestas inventivas.
En estos papeles se va perfilando la biografía de cada invento. Al menos, la historia de los días en que sus autores consideraban que sus propuestas estaban destinadas a tener una larga vida en las aulas. Estos anhelos, sin embargo, no siempre se cumplieron y varios inventos permanecieron toda su existencia en el archivo, nutriendo la colección de ideas y saberes que hoy nos ayuda a comprender el imaginario educativo de la época. Una colección que logró reunir 102 inventos patentados durante los años del régimen de Porfirio Díaz (1876-1911) y que se nutrió sustancialmente con otras 232 creaciones del periodo posrevolucionario (1912-1942). En total, 334 inventos escolares que nos muestran una imagen bastante detallada de las preocupaciones, necesidades y deseos educativos de la sociedad mexicana de aquel entonces.
“Silabario Mecánico” de Valeriano Lara (1881)
Por ejemplo, respecto a los objetos didácticos, pueden hallarse sistemas pedagógicos para la educación primaria, silabarios mecánicos, juegos instructivos, aparatos para la enseñanza de lectoescritura y una amplia variedad de artefactos para que los alumnos aprendieran casi todas las materias del currículo educativo (geografía, historia, dibujo, aritmética, taquigrafía, mecanografía, anatomía, teneduría de libros, música, etc.). En cuanto al mobiliario, aparecen pizarrones, mesa-bancos, bastidores, pupitres, atriles, mesas de dibujo, porta-planos e incluso el modelo de un edificio escolar. Por último, en el ámbito de los útiles escolares, una constelación de gises, borradores, reglas, plumas, lápices, sacapuntas, calendarios, hojas de papel, calculadoras, tablas de multiplicar y muchos otros objetos más, domina el universo creativo de los inventores mexicanos.