Vandari M. Mendoza
Universidad Pedagógica Nacional
Una pléyade de sujetos
Entre los inventores que produjeron el caudal de propuestas educativas que se patentaron en México durante el Porfiriato y las primeras décadas del siglo XX, se encuentran algunos educadores conocidos de la época como Hipólito Salazar, Pomposo Becerril, Clemente Antonio Neve o Longinos Cadena, pero también aparecen docentes desconocidos como Valeriano Lara, Mariano de la Garza, Andrés Oscoy, Eufemio Cervantes o el propio Manuel Beltrán que citamos al inicio. Junto a ellos, otros personajes fueron adquiriendo relevancia mientras más nos introdujimos en el archivo, dejándonos descubrir una significativa trayectoria inventiva. Ahí están José G. García, Miguel Vallejo, Constancio López Jiménez, Fabriciano Sanz, Juan Bringas y los hermanos Jorge y Julio Quijano. Cada uno ellos, con sus propios medios, patentó cuatro o más inventos escolares.
Asimismo, esta generación de inventores se reforzó con personajes poco vinculados con el mundo escolar, o con actores sociales que no han sido plenamente considerados como “sujetos educativos”, pero que fueron conscientes de la necesidad de transformar y mejorar los procesos educativos, quizás por sus propias experiencias (traumáticas) al interior del salón de clases. Así, podemos encontrar fotógrafos, empleados, ingenieros, abogados, mecánicos, comerciantes, tenedores de libros (la forma como se conocía a los contadores), músicos y hasta agricultores que desarrollaron propuestas inventivas. La inmensa mayoría eran mexicanos y radicaban en la ciudad de México, aunque, desde luego, no faltaron inventores extranjeros y avecindados en provincia.
Un escaparate de experiencias
Estas patentes no sólo nos muestran los objetos escolares que sus autores proyectaron en algún momento de sus vidas, también son una maravillosa “vitrina” que nos concede la oportunidad de observar y representar las prácticas educativas del pasado mexicano. En efecto, como sucedió con el profesor Beltrán —quien declaró haber aplicado durante cinco años con éxito su regla decimal para que los niños aprendieran lectura y escritura de las cantidades numéricas—, muchos otros inventores también manifestaron haber llevado a la práctica sus creaciones en segmentos educativos diversos. Testimonios que transportan a esas patentes de invención a otro nivel de análisis e interpretación.
“Gekinógrafo” de Juan de Dios Nosti (1884)
Al respecto, con tales evidencias podemos reconstruir escenarios educativos con los profesores, alumnos e inventos en acción. Es decir, podemos representar un entramado de sujetos y objetos, donde cada uno de estos actantes (humanos y no humanos) fueron indispensables para las dinámicas educativas y produjeron experiencias, significados o aprendizajes de manera simétrica. Por ejemplo, podemos re-construir y re-presentar las experiencias que detonó en el salón de clases la denominada “máquina intuitiva” del profesor Clemente Antonio Neve; el asombro e interés que generó el “Gekinógrafo” para explicar los fenómenos cosmográficos de Juan de Dios Nosti; la interacción con los niños que produjo el “Abanico Multiplicador Automático” de Manuel Oviedo Alzúa; el uso que le dieron los estudiantes a los mesa-bancos binarios y unitarios de Gonzalo R. Chávez; el fastidio que ocasionó el “Juego de Geografía Recreativa de la República Mexicana” de Manuel G. Amador al carecer de principios lúdicos. En fin, todos estos inventos cobran un potencial hermenéutico muy relevante al dotarnos de pistas, huellas e indicios para comprender la vida en el salón de clases, pues se convirtieron en agentes capaces de transformar la experiencia educativa. En otras palabras, estos objetos transformaron la realidad al introducirse y emplearse en ciertos espacios educativos, pues provocaron acciones y produjeron experiencias que en su ausencia hubiese sido imposible verificar.
Un periodo de transición
Las patentes estudiadas atraviesan una época turbulenta en la historia de nuestro país: la Revolución Mexicana. Sin duda, este acontecimiento de gran calado social repercutió en las dinámicas y tendencias de invención. Por lo pronto, el análisis de las patentes nos muestra diversas transformaciones importantes en el volumen, los objetos y los sujetos. De entrada, en cuanto al número de patentes, hubo un aumento realmente significativo: durante los treinta y cinco años del Porfiriato se registraron 102 inventos escolares, lo que corresponde a tres patentes anuales, mientras que durante los treinta y dos años posteriores al inicio de la Revolución se patentaron 232 inventos, lo que significa más de siete patentes al año. Resulta evidente, entonces, que las transformaciones sociales, políticas y económicas que produjo el movimiento revolucionario se dejaron sentir, de manera positiva, en la propensión de los mexicanos a crear y patentar objetos para la educación.
Por otra parte, respecto a la materia de invención, durante el Porfiriato se presentó un marcado interés por los espacios y el mobiliario escolar, esto como consecuencia de las preocupaciones higienistas y funcionales que dominaron los debates académicos y las políticas públicas de la época. En cambio, durante el periodo posrevolucionaria, esta tendencia se fue diluyendo, mientras que se fortaleció el campo de los útiles escolares como resultado, esencialmente, de la novedad que significó la introducción (y paulatina masificación) de objetos como los lápices portaminas, las plumas fuente y las máquinas calculadoras. Artefactos que predominaron en las patentes de la era posrevolucionaria y que son testimonio de la supuesta modernidad en la que se introducía el país.
Finalmente, en cuanto a los sujetos, se produjo un cambio crucial que representó la apertura del sistema de patentes a un segmento social que tradicionalmente había sido relegado de la creación tecnológica, propiciando un enriquecimiento inconmensurable de ideas, saberes y perspectivas. En efecto, nos referimos a la presencia de las mujeres en el terreno la invención y registro de tecnología escolar. Contrario a lo que sucedió en el Porfiriato, donde sólo se presentó el caso de una mujer inventora —la maestra María Muñoz Silva, quien patentó un “bastidor para dar clases de costura simultánea en las escuelas primarias”—, durante la época posrevolucionaria hicieron su aparición veinte mujeres con ideas extraordinarias. Entre ellas estaba Senorina Castillo de Rodea, quien inventó un “artefacto para representar el sistema planetario”; Concepción Flores, quien patentó un “aparato para la enseñanza rápida de la lectura y escritura”; y María Chacón, quien registró una “máquina para sumar y restar”. La presencia de estas mujeres en las patentes de invención nos muestra que poco a poco fueron venciendo los obstáculos de una sociedad patriarcal y conquistaron espacios en actividades que usualmente habían sido asociadas con la masculinidad. Asimismo, su presencia es muy significativa porque son un segmento inexplorado que demanda reconstruir sus vivencias en esta historia de los inventos escolares que ha comenzado a dejar de ser olvidada.