Si hay algo que cualquier partido le puede aplaudir al PRI, es la institucionalidad con la que por décadas se manejaron, la preponderancia de las formas sobre el fondo, la pulcritud de los formatos, la obediencia a regañadientes silenciosa de su militancia que se rompió en el 88 creando, después de un gran movimiento, al ahora moribundo PRD.
Y es que la institucionalidad como se le conoce en el argot político, se caracteriza en la obediencia a la autoridad partidaria, el uso del debate y la crítica en los espacios adecuados. Por otro lado, los movimientos sociales siempre se han caracterizado por negarse a la burocratización propia de un partido.
El Movimiento Regeneración Nacional, se encontraba atascado en un conflicto entre dos visiones, sino es que más, la que veía al partido como un instituto del estado, silencioso, cuidadoso de las formas, no como un partido de oposición y la otra que criticaba esa inmovilización impropia de un partido-movimiento, que debía organizarse, capacitarse, formarse y lo más importante movilizarse ante los embates de la oposición en contra del gobierno de la Cuarta Transformación.
Al respecto, ninguna de esas visiones está equivocada, sí bien una se pudo sobreponer a la otra, se tienen que conciliar los puntos positivos de ambas para la supervivencia del partido, por ejemplo, la rigidez institucional del PRI resultó en la creación de candidatos y dirigencias apáticas a las demandas sociales, interesados exclusivamente en la técnica de la administración pública y el marketing político. La falta de institucionalidad en el PRD, por otro lado, originó el golpeteo interno de todos los grupos de ese instituto que solamente buscaban los espacios para que sirvieran de plataforma política.
Hoy, indudablemente Morena tiene que recuperar su naturaleza como movimiento, lo que desemboca en el acompañamiento de las causas justas por las cuales nació, la organización y la formación permanente de sus cuadros para hacer frente al golpeteo recurrente de la oposición. Sin embargo, la forma indiscutidamente debe ser la institucional y no permitir en justa medida que se litigue en los medios de comunicación o que se judicialicen todas las decisiones emanadas al interior del instituto.
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