“Pero ustedes (las tribus de Israel) entraron y profanaron mi tierra, convirtieron mi herencia en un lugar abominable.”
(Jeremías 2, 7)
Ustedes, papas, obispos, sacerdotes, aspirantes al sacerdocio, religiosos y laicos comprometidos, entraron al servicio de La Iglesia y la profanaron con sus maldades.
Hicieron del servicio a Dios una falsedad de ritos y oraciones, convirtiendo MI CASA en cueva de hipócritas, dinereros, pederastas, amancebamientos, palabreros y comodinos.
No sirven al Señor, sino que se sirven del Señor.
Ponen sobre los hombros de los creyentes cargas insoportables que ustedes, los pastores, no cumplen en lo más mínimo.
Se la pasan banqueteando, conviviendo con los que asesinan a las ovejas de Cristo; justificando con su presencia a los asesinos del pueblo, a los demonios de nuestros días: el mal gobierno y los delincuentes de cuello blanco y de pezuñas horrorosas.
No defienden a las ovejas que son asesinadas, martirizadas, desaparecidas, secuestradas, extorsionadas, expulsadas de sus casas, que son perjudicadas en todos los sentidos: emocionales, económicos, en los derechos humanos y en la dignidad humana.
Hermanas y hermanos católicos, los invito a orar por nuestra Iglesia y no a vituperarla.
A denunciar ante las autoridades civiles cualquier desmán de los ministros y a publicar en las redes sociales cualquier injusticia de maltrato de parte de cualquier servidor de Dios, sea del clero, sea religioso, sea laico.
Pero también a tener misericordia con los defectos y fallos ajenos y propios.
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