Ruben I. Pedraza Barrera
Altos grados de desconfianza y reprobación tienen los políticos y sus partidos, de acuerdo a sondeos de varias instituciones así como de casas encuestadoras, la ciudadanía reprueba el actuar de estas figuras públicas pero principalmente de sus institutos políticos, toda vez que en lugar de avanzar en materia de transparencia, congruencia o ética, relucen más las triquiñuelas, vicios e impunidad con la que se han conducido o la falta de decoro que se destaca más que los escasos aspectos positivos.
Estos temas se acrecientan o saltan a la discusión principalmente en tiempos electorales, sin embargo es en los periodos de impasse electoral en que los institutos políticos diseñan sus estrategias, elaboran sus reformas estatutarias y designan a sus dirigencias en todos los ámbitos, lapso bien aprovechado por las cúpulas partidistas para repartirse cargos y adueñarse del jugoso financiamiento público, toda vez que están fuera del escenario electoral a ojo de la opinión pública y el electorado.
Sin embargo muy a pesar de las diversas reformas, es casi imposible para la ciudadanía en general conocer y poder entender como gastan los recursos, la intención de sus documentos básicos y su proceso de preparación para ser frente a los diferentes comicios a celebrarse.
La reforma política aprobada hace apenas un par de años dio canonjías y premios a los partidos políticos y sus estructuras, tales como la reelección inmediata o el nada despreciable financiamiento público exorbitante, que lejos de evitar la opacidad o ampliar las posibilidades de que los ciudadanos puedan acceder al poder, vemos como intereses de la clase política logran robustecer las prerrogativas de estos institutos políticos, en un sistema de partidos muy cuestionado por la opacidad, incongruencia y corrupción con la que se han manejado ante la sociedad en reiteradas ocasiones.
La falta de cumplimiento a sus propios principios y línea política de los partidos han dado paso a aberrantes acciones en contra de los ciudadanos, y no solo tiene que ver con las ocurrentes designaciones de candidatos sin perfil ni oficio, también tiene que ver con vergonzantes “alianzas” de espalda a la ciudadanía como el Pacto por México o el mayoriteo legislativo para aprobar reformas que dañan el desarrollo económico, patrimonio y bienestar de los mexicanos, así como la pérdida de la soberanía que solo beneficia a un muy reducido grupo político y empresarial.
Si necesitamos partidos fuertes pero fuertes en procesos de transparencia y rendición de cuentas, en vinculación y trabajo en favor de las necesidades y acrecentamiento de los derechos básicos de la ciudadanía; si necesitamos partidos fuertes pero todavía más necesitamos partidos congruentes y un sistema político que permita la participación ciudadana en la toma de decisiones, toda vez que nuestro actual sistema deja en las manos de los candidatos de los partidos las decisiones trascendentales que afectan la vida de la ciudadanía.
Medios de comunicación, investigadores, académicos pero principalmente los ciudadanos debemos estar atentos y vigilantes del actuar no solo de los gobernantes sino también de sus partidos y las dirigencias de estos, entendiendo que si al interior de ellos vemos procesos antidemocráticos, corrupción, distanciamiento de la sociedad o disputas del poder por el poder mismo, será una fundada premonición de sus intenciones en el ejercicio del gobierno o representación popular.
Sobre todas las cosas hay que exaltar la necesidad de una ciudadanía participativa, informada y critica, que con su actuar vigilante y propositivo, asuma su preponderante papel para transformar la realidad y construir un presente de estabilidad y desarrollo que el actual sistema de partidos no ha siquiera intentado materializar en la vía de los hechos, es decir el cambio y transformación debe ser empujado por los ciudadanos de manera organizada y pacífica, repensando el tipo de país donde queremos vivir y alcanzar la felicidad, ya que lamentablemente las actuales reglas del juego confiere solo a una aberrante clase política tal encomienda.