He alcanzado el equilibrio de la misma forma que miles de mujeres en el mundo
EU.-Si tuviera que realizar un perfil de mí misma diría que soy una mujer resentida pero emocionalmente fuerte. He alcanzado el equilibrio de la misma forma que miles de mujeres en el mundo: dedicando todo mi tiempo a mi hijo Edu y a mi trabajo, al que me entrego con obsesivo rigor.
El ocio es mi punto débil, me desequilibra. Ningún criminal o delincuente ha conseguido hacer mella en mí en los 15 años que llevo como perito judicial. Nadie excepto Alejandro Uría.
Cuando leí su ficha pensé: “Al fin un Lecter como dios manda”.
Uría es un joven ejecutivo en la cúspide. Su empresa de seguridad informática cotiza en todo el mundo pero él ha sido detenido por una curiosa afición:pagar a vagabundos para que se dejen apalizar.
Sus normas son claras: 100 euros a cambio de que te conviertas en un saco de tierra humano. Al contado, el billetes pequeños. Eso sí, el pacto es que se detendrá cuando él quiera. No hay excepciones ni compasión.
Rudolf necesita que le revienten la cara
La policía tardó en pillarle. Tuvieron que colocar cámaras de vigilancia en la zona donde suele citarse con sus víctimas voluntarias. Ninguno de ellos quiso delatarle.
Las imágenes muestran un coche oscuro deteniéndose junto a Rudolf, uno de los borrachos conocidos del lugar. Del coche sale un chófer musculoso que sostiene el abrigo de Alejandro y después su corbata.
Entonces el joven empresario se arremanga con pulcritud mientras se acerca a Rudolf, que se levanta a duras penas y se asegura de dejar su botella junto a la pared. Por último, Uría se coloca unos guantes de plástico.
Alejandro empieza con un puñetazo en el estómago que tumba al viejo.Siguen los golpes en los costados, Rudolf abre la boca, no tiene dientes, llora. Empiezan las patadas en la cara y Rudolf se duerme, su cuerpo es un saco inerte a merced del joven inmaculado, que lo maltrata durante un minuto más.
Rudolf se queda inconsciente hasta que dos hombres le roban la botella.Entonces abre los ojos y el vídeo se detiene.
Visita 1
–Clara, Clarice, muchos paralelismos… yo sería Hannibal Lecter, ¿verdad? Bien, también soy exquisito, como él. En la última media hora he ganado 4 millones y medio de euros.
Alejandro se ha aseado, se ha peinado, antes de dormir pidió ropa de cama nueva. Está sentado con las piernas cruzadas y las manos anudadas en su rodilla derecha, expectante. Cualquier exceso de atención por mi parte será contraproducente.
–Disculpe mi ego, Clara. Sólo quiero que sepa que no me siento disminuido por estar encerrado entre estas bestias. Al contrario, me siento halagado.
–Señor Uría, solamente estoy aquí para rellenar unos sencillos campos sobre su perfil psicológico. No me llevará mucho tiempo.
–Por supuesto. Quiere saber mis motivaciones.
–Sí, algo parecido.
– Está deseando escribir lo siguiente –Uría se levanta, cruza las manos en su espalda–: Joven varón con grandes responsabilidades y sometido a estrés. Brotes psicopáticos violentos recurrentes. Desprovisto de cariño en su tierna infancia y adicto a una vida deshumanizada, al trabajo. El capitalismo tiene la culpa de todo.
Me voy a casa habiendo escrito tres letras en mi libreta: EGO.
Visita 2
Alejandro está de pie frente a la pared como si hubiera una ventana. Sus manos reposan en las caderas. De pronto empieza a hablar.
–¿Por qué no contrato a un entrenador personal? Con mi nivel de ingresos, entenderá que someterme a una vida común es un siglo de estulticia. No hago esto por poder, Clara. Utilizo mi poder para ser coherente, real.
–Con qué principios está siendo coherente, señor Uría? –se gira despacio, manteniéndose perfectamente erguido.
–Todos deseamos la violencia.
–¿Rudolf también?
–Rudolf necesita que alguien lo zarandee y lo despierte de su borrachera.Necesita que le revienten la cara.
–¿Por qué?
–El dolor le despierta, llama la atención de los demás. Cuando mira en su bolsillo hay 100 euros. Ahora beber tiene sentido, se lo ha ganado.
–Rudolf le pidió que parara en muchas ocasiones.
–Es un reflejo. Es como decir que una película de terror es asquerosa pero no puedes parar de mirar. Rudolf ha querido repetir siempre y no me ha delatado.
–Es alcohólico. Y usted disfruta con su dolor.
–No exactamente. ¿Disfruta su hijo Edu de las peleas en el patio del colegio? Hágase esa pregunta. Cuando sepa la respuesta podrá rellenar el formulario.
Por primera vez en meses, tenemos algo que contar
Al día siguiente, por la noche, mientras preparo la cena
Los criminales con un gran ego siempre se las apañan para googlear un poco de información del policía de turno. Quieren amedrentarnos. Es un truco viejo y muy cutre, señorito Uría.
–¡Edu, ya está la pizza!
¿Por qué tarda tanto en bajar?
–¡Eeeeeduuuuu!, cena con extra de quesooooo!
Al fin baja, está tecleando en su móvil.
–No chilles…
–No me hables si estás mirando el Whatsapp. ¿De qué hablais en el grupo que no puede esperar?
–Si te lo digo te enfadarás. Mhh pizza…
–No me enfadaré, cuenta, va.
–Hoy ha habido pelea en el insti. Juanma ha ido a por Carlitos, lo ha esperado en la calle. Estaba rojo de rabia, yo creo que Carlitos habría huído si no fuera porque todos estábamos mirando. Mamá, todo el instituto estaba ahí.
–Pobre… ¿y qué ha pasado?
Como un autómata, Edu coge un trozo de pizza y sube las escaleras mirando la pantalla de su móvil.
Visita 3
–Estoy esperando su lección de hoy, señor Uría. Hábleme de mi hijo y podré terminar mi informe.
–Quiero hablar de la pelea a la que Edu está enganchado.
–Que la violencia nos atrae como especie no es ninguna novedad, y menos entre adolescentes.
–¿Se ha fijado? Vivimos en ciudades controladas. Cuando alguien grita, o llora, cuando hay una pelea o dos coches chocan, el río de gente ensimismada se detiene. Todo se detiene. Nos miramos entre nosotros, nos reconocemos. Por primera vez en meses, pensamos en esa gente desconocida que sufre a pocos metros. Por primera vez en meses, tenemos algo que contar.
–Comprendo. La violencia le entretiene, dota de sentido su existencia.
–A mí me gusta pegar a Rudolf. Habrá visto que normalmente tenemos algunos espectadores. Edu está más feliz que nunca. No se siente feliz por su compañero con la nariz rota, se siente extrañamente bien porque ha visto el color de la sangre. Ha vivido más en 20 minutos que en los últimos 5 años.
–Catarsis, señor Uría.
–Exacto. El sufrimiento nos une. La violencia es teatro humano gratuito y liberador. Me ha convertido en un hombre generoso. ¿Conoce esa sensación?
–¿Cuál?
–No tener miedo a perder los dientes –Uría abre la boca y se lame las encías–, perder el miedo.
Cierro mi libreta de la forma más contundente posible.
–Señor Uría, tengo suficiente material para mi informe. Varios elementos prueban que sufre usted una personalidad psicopática. Le deseo suerte en el juicio.
–Recuerde algo, Clara: en la sociedad del control, la violencia se vuelve una fantasía secreta. La violencia ha dotado de sentido mi existencia, pero también la suya.
Me levanto de la silla, sé que me está mirando.
–¿Qué cree que pasará cuando Edu se marche de casa y usted se convierta en una funcionaria? Queda poco para eso.