Quienes me han leído en ocasiones pasadas habrán percibido, más de una vez, que esta pregunta ronda por mi mente. Y es que a pesar de que la mayoría de los medios aseguran que no, lo que yo veo es todo lo contrario; voy a los cafés, a las plazas, incluso en el transporte público —a pesar de los terribles baches— y me encuentro con al menos una persona que lee, ya sea el periódico o un libro.
Morelia es una ciudad de estudiantes, un sector importante de su población lo conforman universitarios —recordemos que muchos provienen de otras comunidades o estados—; respecto al resto de la población, podríamos decir que se divide entre empleados de dependencias de gobierno, profesores —de nivel básico, medio y superior—, comerciantes, entre otros. Como podemos observar, nuestra población es diversa, no solo en trabajos, sino en orígenes, pero sus ocupaciones se relacionan en gran parte con labores que implican leer.
Añadido a esto, hace un par de semanas, junto con dos queridas amigas realicé una liberación de libros en el centro histórico, los resultados llamaron mucho mi atención. En primer lugar la reacción de incredulidad de varios al ver que tenían un libro gratis ante sus ojos, en segundo la rapidez con la que se llevaron los libros y en tercero la disponibilidad que varios mostraron al sentarse un rato a iniciar la lectura que acababa de caer en sus manos. ¿Entonces por qué no veo mares de personas en las ferias del libro?
Los tres puntos me llevaron a una misma conclusión, hay gente con deseos de sumergirse en las historias, de eso no hay duda, pero las oportunidades de que un lector se pasee de historia en historia se ven limitadas por varias razones. Considero que el primer impedimento de una persona a aproximarse a un libro es la imagen que se nos ha planteado de la lectura, pues se concibe como una labor propia de las personas cultas, eruditas, es decir, no cualquiera comprende lo que las páginas impresas le exponen. Esta especie de mito hace que muchos teman leer un libro, por eso lo ven como algo difícil. Si hay un temor por acercarse a la lectura, ni hablar de las presentaciones de libros, de las mesas de diálogo o ponencias sobre temas literarios.
Otro punto que se interpone entre los lectores y los libros es el costo de estos últimos. Si un libro que tiende a llamar la atención de varios ronda entre los 200 y 400 pesos, no será sencillo que lo adquieran, pues hay otros gastos que deben priorizar —servicios, alimentos, transporte, etcétera. Al no tener un salario digno, resulta más difícil hacerse de un libro que nos acompañe en nuestro día a día. Sin embargo, hay editoriales que editan libros en ediciones económicas y que su contenido es muy bueno, el único inconveniente es que estos suelen ser los libros que conocemos como clásicos, los cuales son percibidos por muchos como obras difíciles de entender, lo que nos lleva de regreso al primer punto.
Como tercer y último punto es el tiempo que cada persona tiene para el esparcimiento. En muchos de los casos, el tiempo libre se ve limitado por las largas jornadas de trabajo que una persona debe hacer para cubrir los gastos de cada mes. Hemos olvidado que el tiempo de esparcimiento es necesario para que las personas puedan relajarse y olvidarse por un rato de la rutina.
Ahora bien, una vez que he expuesto todos los problemas que veo en el camino de los lectores, ¿qué podemos hacer al respecto? Si los lectores no van a los eventos que difunden la literatura, aproximemos la literatura a ellos; dejemos que la conozcan, que le pierdan el miedo. Hablemos de lo que leemos, no para presumir, sino para despertar en otros el deseo de leer. Basta debilitar un poco el primer obstáculo para que los otros dos comiencen a desaparecer, porque si bien es cierto hay libros costosos, al ser conscientes de los gastos innecesarios que hacemos durante el mes, nos daremos cuenta de que sí podemos adquirir al menos un libro económico cada tanto; respecto al tiempo, si el tema que se presenta en el libro nos atrae, buscaremos los espacios para sumergirnos en sus páginas.
Sin embargo, no toda la responsabilidad recae en los lectores, también las editoriales deben asumir su parte. Así como hay diversidad en la población que conforma nuestra ciudad, las lecturas también deben serlo. No es justo que cada entrega de la feria del libro se haga con el contenido y con los precios que vemos cualquier día del año; para que una persona se sienta con deseos de adquirir un nuevo libro debe tener acceso a novedades y que mejor si hay ofertas, pero ofertas que sean previstas por la editorial, no por los libreros que con ello ven más pérdidas que ganancias. Debemos ver la adquisición de libros nuevos como una compra que beneficia al autor y al librero, no solo a la editorial.
Y ojo, que Morelia ya tenga lectores no quiere decir que no requerimos de más, a diferencia de otros círculos, el de los lectores siempre acepta nuevos integrantes, entonces, ¿ya pensó qué día irá a la feria del libro?
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