Fotografía/CAF
Una breve historia desde la peste negra hasta el Covid-19
Vandari M. Mendoza
Segunda Parte.
La tecnología como “causa” de las pandemias
En la primera parte de esta colaboración enfaticé la necesidad de analizar a las pandemias en toda su complejidad, comprendiendo las diversas causas que las producen. Al respecto, la tecnología es una de esas causas estructurales que han coadyuvado al desarrollo de las pandemias. Desde luego, no estoy sugiriendo que la tecnología origina los patógenos (virus, bacterias, hongos, etcétera) que generan las enfermedades, sino algunas condiciones que permiten que estas enfermedades, una vez instaladas en el cuerpo humano, se trasmitan ampliamente, ocasionando un evento de pandemia. En este sentido, como causa de las pandemias, la tecnología ha desempeñado un papel central que puede y debe analizarse desde una perspectiva geohistórica, dado que estos fenómenos poseen tres dimensiones esenciales: el agente patógeno, la transmisión entre seres humanos y el espacio.
Al respecto, si nos situamos en el ámbito de la transmisión de la enfermedad, la tecnología ha desempeñado un papel crucial que ha sido estudiado por múltiples investigadores. En esta ocasión, sin embargo, sólo me centraré en tres causas de transmisión relacionadas con la tecnología. En primer lugar, el desarrollo de los transportes y las vías de comunicación; en segundo lugar, las guerras como foco de infección; en tercer lugar, la industrialización y el crecimiento urbano.
Los transportes y las vías de comunicación
El papel más importante que ha desempeñado la tecnología como causa de las pandemias está relacionado con el desarrollo de los transportes y las vías de comunicación. La creación de nuevas rutas de comercio y tecnologías de transporte que han posibilitado el contacto y la interacción de personas de lugares lejanos, es lo que ha permitido que las enfermedades se propaguen con rapidez. Sin duda, las pandemias existen porque las personas se mueven a través del territorio. Mientras más intensa es la movilidad, mayor es el contagio potencial de una enfermedad.
Las investigaciones sobre la peste negra o peste bubónica, consideran que la consolidación de la llamada Ruta de la Seda (que conectaba a Europa con el continente asiático, mediante una compleja red de intercambio comercial, cultural y tecnológico) junto con el desarrollo de nuevos medios de transporte marítimo y terrestre (en especial las embarcaciones para transportar grandes volúmenes de mercancía como las naos), originaron, a mediados del siglo XIV, el primer contagio a escala global del agente patógeno causante de la peste negra, la bacteria Yersinia pestis. Una enfermedad que originalmente surgió en el lejano Oriente (se piensa que pudo haber sido en China), pronto se transmitió a Occidente, ocasionando muy altos índices de mortalidad. De hecho, se estima que entre 1347 y 1353, los 80 millones de europeos quedaron reducidos a tan sólo 30 millones. Mas de la mitad de la población de ese continente sucumbió ante la peste bubónica.
Esta enfermedad no desapareció por completo y se mantuvo con repuntes significativos en las siguientes centurias como resultado de la intensificación de las relaciones comerciales y la aparición embarcaciones cada vez más grandes que transportaban pasajeros y productos. De hecho, a lo largo de la historia, se han presentado tres grandes pandemias por peste negra o bubónica. La primera, como lo acabamos de indicar, aconteció en el siglo XIV, la segunda en el siglo XVII y la tercera a finales del siglo XIX y principios del XX. En esta tercera pandemia se considera que fallecieron cerca de 13 millones de personas. Asimismo, fue el único evento que llegó a nuestro país, presentándose brotes en Ensenada, Baja California, y especialmente en el puerto de Mazatlán, Sinaloa, donde según los datos oficiales, durante toda la epidemia, hubo 529 muertos de 738 enfermos registrados, mientras que otras fuentes reportan más de 2,000 muertos. Es decir, más del 10% de la población de Mazatlán.
Posteriormente, en el siglo XX, la llamada “gripe española”, que es considerada como una de las pandemias más devastadoras en la historia de la humanidad, se propagó rápidamente por todo el mundo gracias al desarrollo de nuevas tecnologías de transporte. La migración dentro y fuera de Europa se potenció desde el siglo XIX con nuevos medios de transporte como el ferrocarril, los barcos a vapor y finalmente los motores eléctricos y de combustión interna. Todo ello propició una constante inmigración interna y externa. Por ejemplo, los viajes transoceánicos aumentaron, la expansión de ferrocarril interconectó muchos de los territorios continentales, aumentando los flujos internos de personas. Ante este panorama, la difusión de la “gripe española” no se hizo esperar.
Con el actual coronavirus, aconteció un poco de la misma historia. Desde que se descubrió el primer caso por coronavirus, a finales de 2019, hasta que se declaró como pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 11 de marzo de 2020, tan sólo transcurrieron unos cuantos meses. A pesar de los esfuerzos de los Estados por limitar el flujo de personas, el coronavirus muy pronto viajó a través de todos los continentes por barco, por avión, por tren, por automóvil, etcétera. Sin duda, la globalización ha traído consigo una mayor propagación de las enfermedades que, para el caso del Covid-19, por tratarse de una nueva cepa de coronavirus originó una gran morbilidad y una significativa mortalidad.
Los acontecimientos bélicos como foco de infección
Los acontecimientos bélicos son otro factor relacionado con el desarrollo tecnológico que puede ser considerado como causal de las pandemias. En los estudios históricos existen suficientes relatos y evidencias sobre el uso de la peste negra como una especie de “arma biológica”. Al respecto, se conoce que la peste bubónica se introdujo en las ciudades amuralladas de Europa debido a que los mongoles lanzaban los cuerpos de las personas que habían fallecido por la infección mediante catapultas y otras tecnologías de guerra.
Por otra parte, se considera que la gripe española apareció o se propagó originalmente en las trincheras del frente occidental durante la Primera Guerra Mundial, las cuales estaban repletas de soldados que permanecían hacinados durante meses. Si bien la influenza no fue empleada como arma biológica, como lo hicieron los mongoles con la peste negra, lo cierto es que el contexto bélico de aquel entonces influyó de manera crucial para la propagación de la enfermedad. Cuando los militares estadounidenses regresaron a casa, diseminaron la enfermedad rápidamente en su propio país y en las naciones vecinas. Tal fue el caso de lo acontecido en México, que se vio severamente afectado por la “influenza española” como resultado de la transmisión que se dio por la frontera norte.
Finalmente, con respecto al coronavirus, no existe un acontecimiento bélico que anteceda al surgimiento de la enfermedad. Sin embargo, lo que sí existe es el riesgo latente de que los conflictos armados puedan originar brotes más intensos. Por ello, el análisis histórico de las experiencias del pasado es importante para evitar que se produzcan nuevas catástrofes o para que las enfermedades puedan ser empleadas como “armas biológicas” como sucedió con la peste bubónica.
La industrialización y el crecimiento urbano
Finalmente, la industrialización y el crecimiento urbano son otras dos causas relacionadas con el desarrollo tecnológico que propiciaron el surgimiento de las pandemias. En los siglos XVIII y XIX, los procesos de industrialización capitalista originaron diversas enfermedades crónicas y contagiosas por las condiciones de hacinamiento e insalubridad que prevalecían en los espacios de producción. En las fábricas cientos de obreros trabajaban sin ventilación, luz suficiente y servicios sanitarios durante jornadas inhumanas que incluso superaban las doce horas diarias. Así, pronto se convirtieron en espacios de propagación de enfermedades que originaron epidemias y pandemias, como la tercera pandemia de peste bubónica que fue crudamente retratada en la prensa de la época.
Por otra parte, el crecimiento de las ciudades y de los puertos originó que las enfermedades como la peste bubónica se propagarán rápidamente por todo el mundo. En México, como lo señalé anteriormente, el puerto de Mazatlán fue el sitio más afectado por sus condiciones de receptor de embarcaciones. En 1902 se atribuye a un buque de origen estadounidense, procedente de San Francisco, el inicio del contagio por los roedores que involuntariamente transportó en sus galeras y que esparcieron la enfermedad a través de la ciudad. Una vez instalada, la peste atacó los sitios con mayores condiciones de hacinamiento y carencias de salubridad. De hecho, los científicos de la época temían que la peste llegara a las ciudades más pobladas, donde seguramente sería la ruina de la sociedad. Afortunadamente, las autoridades sanitarias actuaron con rapidez e impusieron una serie de medidas, algunas bastante coercitivas, para impedir la propagación de la enfermedad más allá de Mazatlán.
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Propagación que, desdichadamente, no se pudo evitar en el caso de la “gripe española” por la naturaleza de esa enfermedad y por la dificultad de controlarla. A diferencia de la peste bubónica —que como sabemos es causada por una bacteria que se encuentra en las pulgas de las ratas y puede controlarse con cierta facilidad—, la gripa española es ocasionada por un virus que se trasmite con rapidez entre personas. Por ello, la influenza española azotó a los espacios más densamente poblados, donde había condiciones de hacinamiento y poca salubridad como las ciudades. En este sentido, el crecimiento urbano originó buena parte de la catástrofe pandémica. Por ello, entre las medidas más importantes que se dictaron en aquel entonces, varias estaban encaminadas a disminuir la interacción de las personas y mantener una distancia apropiada. En un periódico de la época se señalaba:
La gripa es una enfermedad muy contagiosa. Basta permanecer cerca de un enfermo o de los objetos contaminados por él para que las personas no inmunes la contraigan. El contagio se hace principalmente por la saliva, el moco de la nariz, o esputo de los pacientes, también por los objetos que han estado en contacto con ellos, tales como pañuelos, almohadas, sábanas, escupideras, etc. Durante todo el tiempo de la pandemia no es prudente hacer visitas, salvo las de los médicos, y no debe darse las manos para saludar; mucho más peligroso es la costumbre de besarse. Se debe evitar las aglomeraciones de personas para lo cual es necesario clausurar temporalmente, y por todo el tiempo de la epidemia, las Iglesias, Escuelas y Salones de Espectáculos. Las pulquerías y cantinas deben ser cerradas a las 4 de la tarde. Como para todas las enfermedades contagiosas es necesario combatir esta epidemia, haciendo el aseo rápido y completo de las poblaciones (Periódico Oficial del Estado de Hidalgo, 24 de noviembre de 1918, p. 2).
Sin duda, todo esto nos recuerda a la actual pandemia por coronavirus. Al igual que sucedió con la influenza española, han sido las ciudades donde más se han sentido los estragos de la enfermedad causada por el virus actual. Las grandes metrópolis como Nueva York, Sao Pablo, Río de Janeiro, Nueva Delhi y la Ciudad de México han sido los espacios que han sufrido mayores afectaciones. Por ello, es necesario repensar y crear nuevos proyectos de urbanización que mejoren la calidad de vida, algo que ha sido planteado por muchos investigadores, pero que sigue como tarea pendiente de la humanidad.
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