Ciudad de México.- A sus tres años, Juan Alfredo conoce a la perfección lo que es el hambre. Al igual que sus cinco hermanos, solo come una vez al día y no lo hace en casa, sino en un comedor comunitario al que acuden de lunes a viernes.
En un artículo publicado en Conacyt y escrito por Ana Luisa Guerrero, informaron que ellos viven en la comunidad San Juan Tlihuaca, en Villa Nicolás Romero, y forman parte del 6.6 por ciento de la población en pobreza extrema que habita en este municipio del Estado de México, como lo identificó el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) en 2010.
Por tres pesos, estos niños se llevan a la boca un plato de sopa, arroz o frijoles, un guisado y agua de frutas. Si no fuera por el Comedor de la Caridad —auspiciado por una orden religiosa de franciscanos—, difícilmente probarían alimentos diariamente.
La realidad de Juan Alfredo es una constante en el país. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto en los Hogares (ENIGH), en 2016 casi la tercera parte de las familias mexicanas tuvieron dificultades para satisfacer sus necesidades alimentarias. De ellas, en 28 por ciento hubo una niña, niño o adolescente que comió menos de lo que debía; mientras que en estados como Tabasco, Oaxaca, Michoacán, Guerrero y Sinaloa la proporción fue mayor.
Estos indicadores del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) muestran que 42.2 por ciento de los hogares mexicanos dijo haber tenido preocupación de que la comida se les acabara, mientras que en 11.8 por ciento se quedaron sin comer.
La alimentación es uno de los principales problemas que enfrenta la humanidad. A nivel mundial, 815 millones de personas padecen hambre, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés).
En contraste, en el planeta se producen alimentos que serían suficientes para alimentar al total de la población mundial, pero la pérdida y desperdicio representan casi una tercera parte de la comida que se produce, equivalente a mil 300 millones de toneladas, de acuerdo con datos de la FAO; ello, a pesar de que disminuir el hambre es uno de los retos de la Agenda 2030 a la que se han comprometido los miembros de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
En países desarrollados de Europa, así como Estados Unidos, Japón, China o Australia, el mayor desperdicio de alimentos se da en la distribución y, particularmente en el consumidor, debido a que compra más de lo que puede comer. Mientras que en naciones con ingresos bajos, la pérdida se presenta en todos los eslabones de la cadena debido a la falta de infraestructura, tecnologías obsoletas y carencia de recursos para invertir en la producción.
México, desperdicio que lacera
Si en el país se frenara la pérdida de alimentos en los diferentes niveles de la cadena, los 50.8 millones de mexicanos que a la fecha no pueden adquirir lo mínimo indispensable para vivir, tendrían comida en su mesa todos los días.
Un análisis del consumo de alimentos dentro y fuera de los hogares cuantificó por primera vez la magnitud del desperdicio en México. Se contabilizó la pérdida de 20.4 millones de toneladas de comida al año, equivalentes a 34 por ciento de la producción nacional, explica el doctor Genaro Aguilar Gutiérrez, investigador de la Escuela Superior de Economía del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y quien fuera secretario del Grupo Técnico de Pérdidas y Mermas de Alimentos, encargado de realizar esta medición.
“Cuando empezamos a ver la disponibilidad de alimentos, nos dimos cuenta que hay alimentos suficientes para alimentar a toda la población y que hay manera de tenerlos disponibles adecuadamente; sin embargo, una gran parte de la producción se pierde”, dice a la Agencia Informativa Conacyt.
El estudio —realizado en coordinación con la Secretaría de Desarrollo Social— consistió en la aplicación de un modelo matemático utilizando tres variables: cuánto de la producción nacional se exporta, cuánto se importa y cuánto se consume en el país.
Para ello, utilizaron datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos en los Hogares, de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) y la Secretaría de Economía.
Financiado por la convocatoria de Proyectos de Desarrollo Científico para Atender Problemas Nacionales, del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), se identificó que si se reúnen esos alimentos desperdiciados, sería posible entregar semanalmente a las familias más pobres una canasta alimentaria integrada de cuatro kilogramos de carne, 3.8 kilos de pollo, 16 litros de leche, 15 kilos de tortillas y dos kilogramos de mango, con los cuales esas personas podrían salir de la categoría de pobreza alimentaria.
El investigador nacional destaca, además, el impacto medioambiental que trae consigo el desperdicio, ya que se generan emisiones de dióxido de carbono (CO2) innecesarias y que pueden ser equivalentes a las emisiones anuales de casi 15 millones de automóviles, aproximadamente los vehículos que circulan en los estados de México, Jalisco, Nuevo León y la Ciudad de México.
En tanto que se pierden recursos naturales como agua y suelo, al producir alimentos que terminarán en la basura.
“Si se ataca el problema del desperdicio de alimentos, al mismo tiempo se está cumpliendo con uno de los Objetivos del Desarrollo Sostenible 2030, de impactar menos en las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera”, añade.
En materia económica, el impacto se contabilizó en más de 400 mil millones de pesos al año, equivalentes a más de dos veces de los presupuestos anuales de la Sagarpa y la Sedesol.
Fuente: Conacyt