Por Padre José Luis Segura Barragán
El catolicismo en México no ha producido ninguna obra relevante de teología, moral o mística. Es un catolicismo de infantes en la fe y de crédulos en la vida cotidiana, bregando en la ignorancia, la superstición y el fanatismo inofensivo de los dimes y diretes.
Los santos en México son sólo mártires, porque para morir los mexicanos nos pintamos solos. Pero para pensar, profundizar y vivir el cristianismo en su prístina exigencia total, no le tenemos ni un ápice de voluntad.
Desde los tiempos del Virrey de Linares, a mediados del siglo XVIII en una instrucción a su sucesor, “en este reino les parece a los más que en trayendo el rosario al cuello ya son católicos… que los diez mandamientos no sé si los conmutan por ceremonias.” les advertía de la pobreza de la fe de los novohispanos.
Pareciera que los clérigos mexicanos siempre han sentido más inclinación por los temas políticos que por los religiosos o pastorales. Los jesuitas expulsados por los borbones de la Nueva España en la década de 1760, ya manifestaban su amor a la patria mexicana, a la vez que denotan sus intereses intelectuales, ninguno teológico, moral o pastoral. Landívar, con su Rusticatio Mexicana; Clavijero, con su Historia Antigua de México; Alegre, traductor de Homero; y Fábrega, intérprete del Códice Borgiano.
¿Qué requieren del sacerdote los católicos, de ayer y de hoy?
Que no se meta en política, que atienda sus deberes desde la sacristía y que esté disponible día y noche para celebrar bautismos, matrimonios y exequias. Es todo. Y que jamás toque temas sociales o políticos en sus prédicas.
En las grandes ciudades el sacerdote no se puede dar a basto en la infinidad de ceremonias que se le piden, ¿qué tiempo tendrá para reflexionar sobre los misterios de la fe? ¿O qué interés tendría en leer a Los Santos Padres de La Iglesia, los doctores, los teólogos o los escrituristas? Nunca se ha producido en México una obra de religión de valía universal, o de alguna originalidad. Las universidades católicas y no se diga los seminarios mayores, sólo son repetidores timoratos de las doctrinas tradicionales y de los documentos de la Santa Sede. La teología de la liberación no cuajó en México, más bien el lefevrismo consiguió muchos seguidores vergonzantes y disimulados.
¿A qué se debe esta esterilidad intelectual y teológica en el clero y laicafo mexicanos? En los laicos pronto se encuentra la respuesta, carecemos de intelectuales catòlicos, hay muy pocos y no han sido promocionados.
Los santos de las persecuciones religiosas, como la guerra cristera, son los que han demostrado que vale la pena morir por su fe: “¡Viva Cristo Rey!” el catolicismo en México se sustenta en dos grandes pilares, en la devoción cuasi idolátrica en la Virgen de Guadalupe y en el culto a los muertos. El guadalupanismo y nigrodulismo, el culto a los muertos, es lo más fuerte en la vida de los cristianos mexicanos, tanto de los urbanos como los del campo. El mexicano pude llegar a dar la vida por Cristo, pero es muy difícil que viva de acuerdo a la doctrina cristiana. El sincretismo mexicano es uno de los más convenientes para vivir con varias creencias al mismo tiempo, y sin ninguna ruptura o remordimiento de conciencia. Se va con los brujos, cuando las oraciones de sanación católicas han fallado, o cuando ni Dios o los santos han querido hacer el milagro.
Vasconcelos tenía fe en que el mestizaje del mexicano daría al mundo la raza cósmica, algunos creemos que El Espíritu Santo suscitará en la Iglesia Mexicana santos y sabios ministros, cuyo único anhelo será servir a Dios, “con toda el alma, con todo el corazón, con toda su mente y con todo su ser.”