Desde 1992, la noble casa de Hidalgo, haciendo alusión a un pasado histórico por de más importante, ostenta, oficialmente, dicho lema que no hace otra cosa que justicia al memorable recinto donde se forjó el carácter y la sapiencia de múltiples patriotas a lo largo de toda la vida de nuestra nación. Sin duda, el ser nicolaita no sólo se reduce a la culminación de estudios superiores, significa algo más, el compartir las mismas aulas que Hidalgo y que Morelos significa algo más profundo, el estudiar en una de las primeras universidades públicas y hoy, de las últimas, en reivindicarse como populares, no es algo menor, pero… ¿Qué tendrían que decir sus autoridades al respecto? Cuando el pueblo llame a la rendición de cuentas a su universidad ¿Qué dirán sus profesores, trabajadores, dirigentes? La cuna de héroes les queda chica, crisol de corrupción.
En días pasados, ha rolado por la red un vídeo, donde un catedrático de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la universidad, acosa sexualmente a una alumna quien, como siempre sucede en estos casos, ante la necesidad de una calificación aprobatoria, accede a “ponerse de acuerdo” con el profesor para resolver dicha situación. Sin demeritar el caso, el cual sobra decirlo, es muy alarmante, la lupa debería trasladarse a otro lugar buscando ya no sólo justicia para la compañera agredida, si no desmantelar el entramado burocrático universitario reestructurando su forma de autogobernarse, de conducirse, de vivirse; y es que por cruel que suene, esto sólo es la punta del iceberg.
Como síntoma palpable, de un régimen podrido y de un país cansado de la represión, aterrorizado con experiencias cercanas a las vividas en los años sesenta y setenta, las universidades han dejado de ser, al menos de forma predominante, un espacio de resistencia civil e intelectual para convertirse en espacios públicos donde la impunidad y la corrupción pululan y conviven con el conservadurismo, espacios donde, alegando autonomía, las cosas se hacen al estilo de los “western” de Clint, incluso, en ocasiones, de peor manera. Los cerdos comiendo diamantes, las cerdas comiendo perlas, los amigos y compadres encontrando trabajo, las momias exprimiendo el presupuesto, los “investigadores” plagiando, los “líderes sindicales” hostigando a los disidentes, defendiendo acosadores, el gobierno justificando recursos, nosotros… Aguantando.
Con el avance de las políticas de mercado, las universidades públicas han dejado de ser ese espacio crítico por antonomasia donde la voz del pueblo tenía eco, donde se buscaba aportar al mejoramiento de la nación, donde se planteaba la formación integra del profesional bajo la idea de agradecerle al pueblo que cubriese los gastos de su educación, la universidad pública, como concepto, dejó de ser popular, de construir conocimiento; con sus honrosas excepciones, la universidad pública el día de hoy, es la obra maestra del neoliberalismo a la mexicana, el PRI post cardenismo, la institución corrupta en su forma más acabada, una radiografía nacional del tejido social descompuesto, la mentira repetida mil veces. Tras el derrotismo que trajo consigo el desenlace de la guerra fría, la mercantilización se afianzó en el espectro público de la educación, con la resistencia institucional desarticulada y las reformas a las leyes internas y los planes de estudio, argumentando autonomía, las universidades públicas han adoptado, conforme a conveniencia tanto interna como externa, una forma institucional de cacicazgos similares a la hacienda porfirista, invisibilizando la violencia ejercida contra los pequeños núcleos disidentes pertenecientes a los sectores universitarios qué, con más corazón que con organización, pretenden mantener encendida la antorcha de la rebelión en medio del chubasco del neoliberalismo.
Hoy podemos hacer eco de la denuncia (debemos hacerlo), abanderarla y llegar hasta las últimas consecuencias, sin embargo, reventar al cerdo de Sánchez Chanona (es legítimo hacerlo) no solucionará el problema de fondo, la universidad pública, nuestra universidad pública, nuestra Alma Mater, la Casa de Hidalgo, la cuna de héroes, el crisol de pensadores, se nos cae a pedazos. Infiltrada por partidos políticos, la nicolaita funciona como trampolín político y pago de favores, reclutando grupos de choque y operadores políticos. Autónoma en su gobierno, se conduce autoritaria y medieval, resistente al cambio y al progreso, pequeños consejos de “ancianos” toman las decisiones importantes, mientras el sector estudiantil, herido de muerte, no hace otra cosa que desangrarse mientras su opinión es ignorada. Científica como todo centro productor de conocimiento, solapa pseudo investigaciones que no responden a los desafíos que la nación y el conocimiento se
plantean, protege plagios y refríe cada tanto letras de otros institutos, mantiene el status quo de quienes producen toneladas de papel investigando como un cura en un cabaret, pero un cura con un sueldo de 30 mil pesos mensuales gracias a su grado SIN II. Popular con sus sindicatos, defiende intereses personales de los supuestos “líderes”, negocia con ellos venta de plazas, contratos personales y colectivos, huelgas y amenazas; popular con las “Casas del Estudiante”, lava dinero con su presupuesto, utiliza a los moradores a conveniencia. Podrida y resquebrajada, sus habitantes son un fiel retrato de su condición, la hipocresía es su escenario, no hay moral ni leyes, salvo la ley de la selva, no hay respeto ni prudencia por las mínimas reglas sociales, no hay pudor, desenfreno y excesos sin medida, no hay cuna de héroes, no hay crisol de pensadores.
La transformación del país camina, sin embargo, será más lenta de lo esperado. En medio de recaudación de firmas que exigen reformas a contratos colectivos, designaciones autoritarias de directores, corrupción y abuso de autoridad, acoso sexual y prostitución forzada y hasta formación de grupos de choque, el gobierno universitario tarde o temprano tendrá que dar la cara, los vientos de cambio soplan cerca de Michoacán y al igual que el cerdo de Sánchez Chanona, todos los implicados tendrán que rendir cuentas ante el pueblo michoacano y mexicano, siendo uno de los grandes retos de la 4T cuando llegue a tierras del generalísimo, limpiar toda la porquería que en la casa de Hidalgo se han encargado de arrumbar el priismo, el perredismo y el calderonismo.
Denunciar y hacer visible la violencia ejercida en nuestra Alma Máter es una obligación de todo nicolaita, el compromiso con el pueblo nos llama, recordando siempre que quienes pisaron las mismas aulas que nosotros, también alzaron la voz ante las injusticias de su época, creyendo que tampoco tendrían mucho eco pero que en un mundo, donde la maldad está normalizada, los buenos debemos redoblar esfuerzos, que en un mundo de mentirosos, el honesto siempre será incómodo y que en un mundo machista, la mujer siempre será la culpable, nunca el acosador, aunque existan pruebas gráficas de lo contrario. Por una universidad democrática, científica y popular, llegó el momento de usar capa, ponernos la máscara y mojar la pluma en el tintero, demostremos que tanto de héroes y de pensadores tenemos, mientras, afilemos los machetes, que más temprano que tarde, la universidad volverá a ser nuestra.