Por Padre José Luis Segura Barragán
Desde la ilustración griega, siglo V antes de Cristo, la fe del estado y la fe oficial perdieron toda credibilidad, porque los ministros eran gentes mundanas que desprestigiaron completamente la religión antropomórfica griega. En Roma, ya denunciaba Cicerón en su obra Sobre la Naturaleza de los Dioses, que la religión del estado romano era simplemente una cáscara que sostenía una religión sin creyentes, que sólo era un apoyo político del gobierno. Tanto en Grecia, como en Roma, los que querían encontrar fe en los religiosos se dirigieron a los cultos mistéricos del oriente, como el culto a Mitra y otros semejantes, que prometían la salvación personal.
Con la llegada del cristianismo, los que buscaban a Dios, los llamados filósofos, creyeron encontrar La Verdad, no en una doctrina, sino la fe en una persona, Jesucristo, El Hijo de Dios encarnado en Marìa, su madre.
La notable y esencial diferencia entre los religiosos con fe y los religiosos sin fe, es la entrega total a su Dios, con la consigna de dar testimonio de su fe, aún con la amenaza de ser torturados y asesinados. La fidelidad a la fe, es la señal del verdadero creyente. El falso creyente a las primeras de cambio claudica y apostata.
Las religiones oficiales pierden a los creyentes, porque su religión es una farsa política que se usa para engañar a los gobernados y a los creyentes de tal religión estatal. Hasta antes de Constantino, los creyentes cristianos tenían que ser auténticos, porque estaban fuera de la ley, por el sólo hecho de ser cristianos. Después del nefasto Constantino el cristianismo devino en religión del Estado Romano y usado para los fines políticos de los emperadores romanos, más en el oriente, menos en occidente.
En nuestros días, cuando las democracias mueren de falsedad, han tomado como apoyo importantísimo el acercamiento al Papa y a sus visitas, como un modo de justificarse y perpetuarse en el poder. Se requiere que los creyentes abramos los ojos y recordemos aquella frase del Señor Jesús: “Por sus frutos los reconoceréis.”
El Papa Francisco ha denunciado a las parroquias que cobran los servicios religiosos a precio de oro, como es el caso del templo de San Diego en Morelia.
El Papa ha reiterado que la comercialización de los servicios religiosos lleva rápidamente a la destrucción de lo sobrenatural en las ceremonias católicas. Se venden los sacramentos y por dinero se omiten todas las preparaciones pertinentes, el dinero lo cubre todo y todo lo corrompe. Se ha cambiado al Dios de la vida por la idolatría del dios Mammòn, el dios del dinero.
Quienes buscan a Dios de todo corazón saben que el dinero en tal empeño, sólo es un estorbo, y no de los triviales. Judas vendió al Señor Jesús por treinta monedas de plata. Si alguno vende los sacramentos o cualquier tipo de servicio espiritual, cae en el feo pecado de la simonía, es decir en la comercialización de los sagrado, y repite la triste historia de griegos y romanos, de expulsar la fe de lo religioso, comete el terrible error de eliminar lo numinoso en las funciones sacerdotales, convirtiendo al ministro religioso en un mero traficante de lo sagrado. “Con el dinero, tan lleno de pecado, ganen amigos para el cielo.” dice El Señor Jesús.
Por otra parte el Demonio le dice a Cristo y a todos sus fieles seguidores: “Todas las riquezas del mundo serán tuyas, si te hincas y me adoras.”
Es muy fácil detectar al verdadero seguidor de Cristo, sea fiel, sea clérigo: su amor al dinero o su amor a la pobreza. El cura dinerero o el cura caritativo, el cristiano ambicioso o el cristiano que se compadece y presta.