A partir de la segunda posguerra, la política social se vincula a objetivos económicos. Las políticas de posguerra se inspiraron en la necesidad de que el Estado favoreciese el crecimiento económico y, además, en que éste se orientase hacia la consecución del bienestar. En estos años se generaliza la idea de que la pobreza, además de ser un problema económico, también lo es político, porque la paz tiene que basarse en la justicia social.
Un aspecto a tener en cuenta es la repercusión práctica de las teorías que justificaron el intervencionismo estatal en la economía. La teoría keynesiana proporcionó el fundamento económico para que las propuestas de reforma penetrasen en la realidad. Las circunstancias en las que Keynes elaboró su teoría estuvieron, en parte, determinadas por la crisis económica de los años 30, sobrevenidas por la insuficiencia de la demanda para observar la oferta global y sus consecuencias de bajos niveles de consumo y producción, así como elevados índices de paro. Todo ello puso a prueba los postulados de la economía neoclásica.
A diferencia de los economistas neoclásicos, Keynes negaba que el sistema económico se pudiera autorregularse. Los neoclásicos habían sostenido que el paro era consecuencia de los desequilibrios del mercado de trabajo y que el exceso en la oferta de este factor se corregía con la disminución de los salarios. Por el contrario, para Keynes el desempleo es consustancial al mercado y su causa es la insuficiencia de la demanda colectiva. Desde Keynes es una idea aceptada por la política económica que el aumento de la producción y de la productividad solo tienen sentido si aumenta al mismo tiempo la demanda efectiva. El mecanismo del mercado no iguala automáticamente la oferta y la demanda, de ahí la importancia que da Keynes al estímulo estatal.
En opinión de Keynes, el ahorro, en lugar de facilitar, en ocasiones, el crecimiento de la riqueza puede constituir un obstáculo. Por ello defendió que las medidas orientadas a la redistribución de los ingresos, de forma que aumentase la propensión a consumir, favorecían el crecimiento. En apariencia, las propuestas keynesianas parecían lograr lo imposible, es decir, compaginar la justicia social con el crecimiento del capital. Su objetivo último era defender los principios del capitalismo, corrigiendo las disfunciones que lo ponen en peligro.
El objetivo de crecimiento económico se alcanzó ampliamente. Los países industrializados de Europa Occidental disfrutaron, a partir del decenio 1950-60, de una etapa de prosperidad sin precedentes ( bajo el “paraguas” de las dos instituciones que Keynes pensó como reguladoras de un nuevo orden mundial : FMI y Banco Mundial ). Lo que no excluye que también se produjesen fluctuaciones, aunque sus dimensiones fueron débiles. Esto creó un mito económico: que el crecimiento podía (debía ) introducir los instrumentos para financiar los grandes programas sociales, cuya función es redistribuir la renta y reequilibrar las discriminaciones introducidas por el funcionamiento de los mercados, amortiguando los costos sociales ( humanos) de las crisis y de las transiciones. Así, en el post segunda guerra mundial se generó un consenso alrededor de dos paradimas y de su íntima conexión: crecimiento económico y cohesión social. Esta última cristalizada en el concepto de estado del bienestar .
Ahora bien, el consenso sobre el que reposó el Estado de Bienestar se rompió a mediados de los años 70 del siglo XX. Desde entonces, se han producido cambios económicos, sociales e ideológicos que han llevado a cuestionar su viabilidad. Incluso se ha llegado a mantener que se trata de un modelo insostenible frente a expectativas de crecimiento que disminuyen con cada crisis . El estancamiento de la economía en 1973, con sus consecuencias de paro e inflación, fue el detonante de su cuestionamiento. Pero, no es el único ejemplo . El 2008 puede ser otro y, la depresión económica provocada por la Covid 19 , un tercero . Es obvio que, en estos contextos concretos, el desempleo plantea un problema de financiación al aumentar los gastos sociales y disminuir los ingresos.
La mundialización de la economía es , paradojicamente , otro de los factores que ha impuesto límites a las políticas de bienestar. La apertura de las fronteras al comercio internacional han aumentado la competitividad. Los países que asumen costes de protección social más bajos poseen mayores ventajas para competir en los mercados mundiales, lo que genera presiones tendentes a reducirlos. Las diferencias de los costes laborales se han podido mantener debido, en parte, a la distinta cualificación de los trabajadores y a la calidad de los productos entre los países. Pero, si la eliminación de los controles sobre el capital permite la movilidad de éste; la capacidad de los gobiernos para gravarlo se reduce. La autonomía estatal para establecer políticas de empleo también disminuye. Los Estados se ven obligados a favorecer la entrada de capital a fin de satisfacer las demandas de trabajo, lo que les impulsa a establecer condiciones ventajosas a la inversión, entre ellas la reducción de los impuestos sobre las sociedades y las rentas del capital.
Sin embargo, la mundialización de la economía no es el único factor. Uno de los cambios sociales a los que se enfrenta el Estado de Bienestar en los últimos decenios deriva de la evolución demográfica. Ésta tiende al envejecimiento de la población ocasionada por el descenso de la natalidad y por el aumento de la esperanza de vida que, junto con la disminución de la duración media de la vida laboral, conduce al deterioro de la relación entre activos y pensionistas.
A todas estas dificultades, algunos autores añaden la transformación de la economía. La economía postindustrial se caracteriza porque la capacidad de crear empleo depende de los servicios y porque la mano de obra necesita flexibilidad para la inserción en el mercado de trabajo, lo que supone una trayectoria laboral menos estable. A esto se añade la revolución coperniciana de la introducción de la automatización, de la robotización y de los sistemas inteligentes autónomos. Antes, las prestaciones se concentraban, sobre todo, en el periodo de la infancia y de la vejez. Por el contrario, en la economía postindustrial, los riesgos surgen en la fase activa del ciclo vital, cuando el trabajador humano tendrá como “co-worker” a un no humano (un robot) o bien será sustituido por un robot. Tal coloca problemas de financiamiento de los programas del bienestar y de seguridad social
Así que , la modificación de la estructura laboral en las nuevas tecno-economías de la 4ª. globalización se aducen como otro cambio más. Mientras que antes las condiciones de trabajo y el consumo eran más homogéneos, en la actualidad las nuevas transformaciones tecnológicas y la movilidad en el trabajo originan una estructura laboral más fragmentada, caracterizada por un amplio grupo de profesionales cualificados en los niveles superiores. Esa diversidad profesional no se adecúa a la aplicación de prestaciones universales ni éstas satisfacen las necesidades de la clase media. Podríamos argumentar, además, que una manifestación de la crisis del “Estado de Bienestar” neokeynesiano , se observa en un declive del movimiento sindical y de los partidos políticos defensores de la protección social.
En definitiva, ante el cambio tecnologico , el envejecimiento poblacional, las rupturas geopolíticas y, el esvaciamiento de las ideologías, el Estado de Bienestar se encuentra sometido a una crisis estructural cuya evolución aboca a su desmantelamiento, según las interpretaciones vinculadas a la ortodoxia liberal, o bien a un nuevo modelo más acorde con las actuales condiciones económicas y sociales, según otras interpretaciones, tal como la proporcionada por Simil , en su reciente libro , “Growth”.
Podríamos pensar que, al menos el paradigm “crecimiento “ continuaría regiendo la teoría económica como corolario de la narrativa liberal . Pero, sabemos (los lectores de Harari lo tienen muy ) que esta narrativa está en erosión. Por otro lado, las proyecciones “rosa” de un futuro tecnológico que pensan en la inteligencia artificial (IA), como punto de inflexión para una nueva economía del bienestar , en que el aumento de la productividad y distribución, hacen posible un nuevo tipo de capitalismo ( de la renta del conocimiento, de lo inmaterial ) se enfrentan a una fuerte dosis de realidad
Estas proyecciones demasiado optimistas de tecno-optimistas, que dicen que podemos resolver todos nuestros problemas con computadoras más inteligentes, y economistas, que prometen un crecimiento capitalista sin fin, es puesta en causa en la monumental obra de Vaclav Simil, “Growth” (crecimiento). En muchos países, la desventaja del crecimiento material ahora parece mayor que la ventaja, lo que conduce a lo que el autor llama “insultos antropogénicos a los ecosistemas”.
Vaclav Simil parte de un posicionamiento muy claro y de una feroz crítica a los economistas, que ratifica en una entrevista que otorgó al diario británico The Guardian: :” Los economistas le dirán que podemos desvincular el crecimiento del consumo material, pero eso es una tontería total. Las opciones son bastante claras a partir de la evidencia histórica. Si no manejas el declive, sucumbes a él y te vas. La mejor esperanza es que encuentre alguna forma de gestionarlo. Estamos en una mejor posición para hacer eso ahora que hace 50 o 100 años, porque nuestro conocimiento es mucho más amplio. Si nos sentamos, podemos pensar en algo. No será indoloro, pero podemos encontrar formas de minimizar ese dolor”.
Ahora bien ,para Simil las “formas de minimizar el dolor “ se encuentran en un cambio de nuestras expectativas ( de nuestra obsesión) de crecimiento del PIB:” Sabemos esto desde hace siglos: que la cantidad de PIB no mejorará su satisfacción con la vida, la ecuanimidad y la sensación de bienestar.”
Podemos, entonces argumentar que para Simil, contrariamente a Keynes, el objetivo último no será defender los principios del capitalismo, en particular el crecimiento, corrigiendo las disfunciones que lo ponen en peligro, sino que deberíamos presionar hasta que los economistas y , todos nosotros aceptemos que el crecimiento se ha vuelto “ maligno, canceroso, obeso y ambientalmente destructivo”.
Este último es un reconocimiento Simil va entonces citar la distinción establecida por Kenneth Boulding entre la “economía de los vaqueros” ( “cowboy economy”) y la “economía del hombre del espacio” (“spaceman economy”). Los primeros son espacios abiertos y aparentemente infinitas oportunidades para el consumo de recursos de que el planeta Tierra es más como una nave espacial cerrada en la que debemos administrar nuestros recursos con cuidado.
Sin embargo, Keynes y Simil tienen algunos puntos en común. En particular comparten un hedonismo que podemos remontar al pensamiento económico de Jenofonte y a la antigua Grecia, que será reformulado por Adam Smith y constitucionalizado por los fundadores de Estados Unidos: en última instancia la economía tiene como objeto la búsqueda de la felicidad. Por otro lado, coinciden en la idea de que la pobreza, además de ser un problema económico, también lo es político, por ende, la redistribución se tiene que basar en la justicia social. En una economía que piense lo humano y no quede estancada en la obsesión por los números. Ambos enfrentaron los problemas de mundos que colapsaban y, a crisis paradigmáticas . Ambos, propusieron soluciones teóricas y , al mismo tiempo pragmáticvas.
Ambos comparten otra característica , la de saber lidiar con el desafío de pasar de una forma de pensar a otra. De un paradigma vigente a otro paradigma . Este, en definitiva es el elemento que define a los constructores de un sistema .