Por Padre José Luis Segura Barragán
A cuatro años del polivalente “levantamiento” de “los pueblos”, considerado con sus asegunes como la expresión del hartazgo de los pueblos de la tierra caliente del Valle de Apatzingán, queda un amargo sabor de boca.
-“Para ustedes, ni agua, estamos tan bien con Los Templarios”, dijo una habitante de un rancho cuando llegaron los autodefensas a liberarlos del yugo criminal. La situación es confusa; en muchos lugares cambiaron de proxeneta, pero en otros son los mismos. Pero las poblaciones los aceptan con indiferencia: “Si no son ellos, son otros, y a lo mejor peores.” Expresan sin mucho entusiasmo los que se atreven a tratar el tema.
Sí, en cuanto movimiento popular para ahuyentar a los criminales, el levantamiento de los autodefensas fue un fracaso. Porque los que visiblemente promovieron la insurrección eran todos criminales, o por lo menos estaban de acuerdo con ellos, o resentidos de La Familia Michoacana, a la cual traicionaron Los Templarios.
El de Jalisco Cartel Nueva Generación fue uno de los interesados en desbancar a los Templarios, los jalisquillos apoyaron a los disidentes; el gobierno de La República también colaboró, porque el presidente de La República no iba a permitir que el Estado de Michoacán se independizara bajo el dominio de los narcos.
El Chayo, un genio mostrenco de las estribaciones de La Sierra Madre del Sur, logró dominar todo el territorio michoacano, expulsar o eliminar toda disidencia, empoderar a sus seguidores en todo el gobierno de Michoacán, desde el gobernador, los presidentes municipales, los diputados locales y los federales, lo mismo que los senadores de La República, los jueces, ministerios públicos, buffetes de licenciados, procuradores, jefes policíacos, comandantes del ejército y ministeriales. Todo el poder del Estado al servicio de El Chayo.
En ese sentido, LAS AUTODEFENSAS FUERON CARNE DE CAÑÓN DEL GOBIERNO para enfrentar a Los Caballeros Templarios. Además con la llegada del comisionado Alfredo Castillo, a los delincuentes se les aplicó una sopa de su propio chocolate: fueron engañados, divididos, enfrentados y vencidos.
Las huestes gansteriles del inútil Castillo se convirtieron en el terror de todos, ciudadanos honestos y delincuentes: a todos se les podía criminalizar en un santiamén, con solo que Alfredito lo quisiera. Para ello se trajo al nefasto Yanky, experto en hacer cantar a los acusados con todas las artimañas inquisitoriales y modernas de la tortura inhumana; quien cayera en sus manos, confesaría lo que fuera, como sucedió en el caso de Enrique Hernández y demás inocentes incriminados.
Castillo se trajo de procurador de justicia (?) al tan mentado Martín Godoy Castro, que junto con su canallesca actuación ha hecho tánto daño a la justicia y a la paz en Michoacán. Con Godoy llegaron los ministeriales y demás empleados de los juzgados a robar, asesinar, encubrir, encarcelar inocentes, a crear delitos y a corromper completamente la poca honestidad y espíritu de servicio que en la procuraduría había. Todavía está ese asesino protegiendo a sus cuates, los delincuentes que hoy nos maltratan, roban, secuestran, asesinan, extorsionan e incriminan.
El levantamiento de las autodefensas nos ha enseñado mucho: CUANDO EL PUEBLO DESPIERTA, NADIE PUEDE CONTENERLO. Pero cuando sus líderes se corrompen y lo traicionan, todo ánimo se esfuma y sólo queda la amargura de haber saboreado la libertad para luego perderla para siempre.