Por Oscar Álvarez Pereyra
Llega apenas para marcar el checador apurándose al escritorio con su sonrisa de novia prematura apurando esos pasos diminutos que apenas se sienten correspondiendo a los saludos de cada lunes, menuda hasta en sus movimientos, se sienta para organizar el trabajo del día mientras los demás se deshacen en saludos con besos ella revisa sus pendientes calculando el tiempo que le llevará terminarlos. No ha cambiado casi nada en los últimos 12 años que lleva en la oficina, excepto el cambio de jefe con cada nueva administración, pero para ella es siempre lo mismo: Pulcritud y prontitud para realizar su trabajo, así como le habían dicho en la academia, sin permitirse la excesiva confianza con los compañeros de trabajo, así como le había dicho su mamá cuando aceptó aquel trabajo. Los ruidos se ahogan entre la música de los audífonos dejándola a solas con oficios, cifras y encargos ayudándole a dejar atrás su mundo de ropa tirada y una mesa sin recoger.
– Quería conocerte en persona…
– No tenías que venir, en verdad, mi jefe se enoja cada vez me salgo fuera del horario de descanso, mintió acomodándose los lentes como reflejo de su nerviosismo.
– Pero, todo lo que estuvimos platicando anoche hizo que me levantara pensando en ti y por eso quise ver si eras real…
– Mira, lo que te dije anoche fue un error, ni siquiera sé por qué te dije dónde trabajo… en verdad, tengo que entrar, me van a reportar y no quiero perder mi bono. Hoy en la noche te explico…
Se sienta como si no quisiera lastimar a la silla pensando en lo que acaba de suceder sin ser capaz de acomodar todo en un mismo lugar, sin saber cómo hacer que coincidan la computadora, la silla, el escritorio, los audífonos, los compañeros, el jefe, el ruido insufrible de sentirse acorralada en el temblor de sus confusiones que tan temprano llegaron a romperle la vida con un ramo de rosas que yace a un lado de su miedo y la taza del café… frunce la sonrisa cada vez que alguien pasa viéndola sin recato con esa mirada de falsa complicidad y finge estar tan atareada como cada día, como cada semana desde los últimos desasosiegos de ilusiones románticas que le quitaron el sano oficio de soñar despierta con ese amor que se cansó en el camino antes llegar siquiera, tan lleno de besos y ternura que un día habría de salvarla de la dura monotonía de vivir. Sonríe inclinando de manera tímida la cabeza cuando el jefe le felicita por el regalo: – Hay que ponerlas en agua, no se le vayan a marchitar… mira el reloj de la pared de enfrente para darse cuenta de que ya son casi las tres de la tarde esperando que esos diez minutos se queden dormidos.
Pone su bolsa aventando encima las flores sin dejarlas de ver mientras se cambia de zapatos, nunca ha podido manejar con tacones porque siente que pisa demasiado fuerte los pedales pudiendo ocasionarle un accidente, hoy, la sensación es peor porque ni siquiera sintió que pisaba mientras caminaba hacia el estacionamiento con la respiración agitada y la boca seca de ansiedad. El locutor comenta quién-sabe-qué mientras sigue distraída viendo a los otros conductores que huyen en su misma dirección hasta que el claxon desesperado le grita
que el semáforo cambió de color, acelera pensando que no quiere llegar al departamento donde vive sola desde que su mamá se volvió a casar. Sin decisión sigue manejando dando vueltas hasta que la inercia la avienta a su destino. Se queda un rato con las llaves en la mano sin atreverse a levantar su bolso y las flores. Un intento de suspiro se le atora en la garganta dejándola cansada sin más opción que entrar…
No es fácil caminar entre el desorden de la sala: ropa sucia tirada en el suelo confundiéndose con la recién lavada amontonada en los sillones, están los folder amontonados junto a papeles mientras los platos sucios son testigos de su mala costumbre de comer frente al televisor que prende mientras se desnuda, no es que haga calor, es sencillamente la costumbre de querer sentirse liviana y libre de su trabajo. No recuerda hace cuánto que no recibe a nadie, hace tiempo que no le interesa interesarle a alguien más… sin pensar cambia los canales hasta encontrar un arrullo que le permite dormir, otra vez, hasta la noche.
– No creí que te fueras a conectar, por como te vi hoy en la mañana pensé que me ibas a ignorar o que me ibas a bloquear…
– Mira, en verdad, no sé cómo decírtelo, pero no sé qué estaba pensando ayer… sabes, yo no soy así, yo no hago esto…
– Pero…
– Y las fotos que te envié… me da pena, no sé por qué lo hice… te pido que las borres, que nadie más las vea… por favor…
– No te preocupes, sé que es algo íntimo y nunca haría nada que te pusiera en evidencia…
Los ojos atentos a más palabras se quedan estancados en el siguiente comentario que no llega, espera un momento para poder explicarle que ella no es lo que busca, que no puede aceptar sus palabras, sus intenciones, sus ganas… que sí, que le espera sin saber desde cuándo pero que no puede ser, que no fue educada así. Y en un descuido, así como sin querer, aparecen aquellas palabras tan cercanas y seguras que la vuelven a envolver en promesas que no se pronuncian ni se dicen dejándola flotando en la ensoñación de los amantes asustados que buscan su redención en la boca del otro.
– Ya es muy tarde para que vengas… lo dejamos para después
– Llego en media hora, sólo espérame…
Quiere que el tiempo se derrumbe para no tener que abrir la puerta cuando pase esa media hora que la lleva a fluir en medio de promesas llenas de miedo. Trata de recoger un poco el desorden cuando se queda fija en la imagen del espejo que le devuelve la imagen de sus treinta y tantos con casi nada de ropa encima y un montón de vacíos entre las manos. Son tres golpes secos que la hacen aventurarse con pasos apurados hasta la puerta
– Eres más linda que en las fotos…
– Tú también eres muy bonita…